
De niño veía pasar las procesiones junto a mi abuela desde el
engalanado balcón de nuestra casona familiar extremeña.
Por lo que se ve, en una ocasión me produjeron tanto temor
los feroces nazarenos que, tirándole de la mantilla a la abuela,
le preguté aterrorizado:
"¿Muerden, abuelita, muerden?".
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