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domingo, 5 de septiembre de 2010

AMIGO DE LA MILI


Por esas casualidades de la vida, Juan José Millás y yo hicimos
la mili al mismo tiempo y en el mismo lugar.
Todavía siento la ausencia de las piernas al recordar las decenas
de guardias que hicimos juntos en los jardines del Cuartel General
del Ejército, al lado de la Cibeles, él leyendo siempre Nabovov
y yo releyendo siempre a Henry Miller.
Pero lo más literario sucedió una noche de invierno en la que me
quedé dormido en la garita, lo que aprovechó un cabo guasón
para birlarme el fusil.
Cuando me desperté desarmado, Juanjo formaba parte del pelotón
que venía a relevarme. Me incorporé a la formación detrás suyo,
fingiendo llevar un fusil invisible al hombro, y emprendimos camino
hacia el cuerpo de guardia, entre la niebla.
Poco antes de llegar Juanjo giró la cabeza, descubriendo en el
fusil imaginario un recurso narrativo propio del realismo fantástico.
El día que nos licenciamos me invitó a una cerveza en su casa y
ninguno habló de fusiles, visibles o no.
Celebramos haber sobrevivido a aquel sinsentido con una cierta
dignidad y nunca volvimos a vernos.
Con los amigos de la mili, ya se sabe.

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