Coincidiendo con las doce en punto del mediodía, hizo aparición
en la Calle Mayor de la política española Antonio Asunción.
Precedido por su leyenda de incorruptible, el único hombre que
había dimitido de su cargo a este lado del Río Grande, se plantó
ante la oficina del sheriff esperando acontecimientos.
Mientras el Saloon Levante cerraba apresuradamente puertas y
ventanas, los tahúres huyeron a sus madrigueras, el sepulturero se
frotó las manos, el juez se rascó la cabeza y el vendedor de
crecepelos se atusó pensativo el bigote.
Arrastrado por el viento, un cartel que anunciaba el combate entre
Gómez y Jiménez se detuvo ante las botas del sheriff, cuyas
cejas se alzaron hasta formar dos acentos circunflejos.
Ninguno de los presentes se pudo explicar por qué a, las doce
en punto del mediodía, la sombra de Asunción era alargada.
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